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Lee Génesis 4:3 al 8. ¿Cuál es el proceso que llevó a Caín a matar a su hermano? Ver también 1 Juan 3:12.

Caín tuvo una doble reacción: “Se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante” (Gén. 4:5). Al parecer, la ira de Caín estaba dirigida a Dios y a Abel. Caín se enojó con Dios porque pensaba que era víctima de una injusticia, y se enojó con Abel porque estaba celoso de su hermano. ¿Celoso de qué? ¿Solo de la ofrenda? Sin duda, había más detrás de escena de lo que revelan estos pocos versículos. Cualquiera que haya sido el problema, Caín estaba deprimido porque su ofrenda no había sido aceptada.

Las dos preguntas de Dios en Génesis 4:6 se relacionan con las dos condiciones de Caín. Fíjate que Dios no acusa a Caín. Al igual que con Adán, Dios hace preguntas, no porque no sepa ya las respuestas, sino porque quiere que Caín reflexione sobre sí mismo y luego comprenda la razón de su propia condición. Como siempre, el Señor busca redimir a su pueblo caído, incluso cuando le falla abiertamente. Después de hacerle estas preguntas, Dios aconseja a Caín.

En primer lugar, Dios exhorta a Caín a “hace[r] lo bueno” (RVC), a obrar rectamente. Es un llamado al arrepentimiento y a cambiar de actitud. Dios le promete a Caín que será “aceptado” (LBLA) y perdonado. En cierto sentido, está diciendo que Caín puede contar con la aceptación de Dios, pero debe hacerse en los términos de Dios, no en los de Caín.

Por otro lado, “si no haces lo bueno, el pecado está a la puerta y te seducirá; pero tú debes enseñorearte de él” (Gén. 4:7, RVA-2015). El consejo de Dios ha revelado la raíz del pecado y esta se encuentra en Caín mismo. Aquí, nuevamente, Dios aconseja a Caín, y busca guiarlo en el camino que debe seguir.

El segundo consejo de Dios se refiere a la actitud que debe asumir con este pecado, que está a la puerta, “al acecho y ansioso por controlarte” (NTV). Dios recomienda el autocontrol: “Tú debes dominarlo y ser su amo” (NTV). El mismo principio resuena en Santiago, cuando explica que “cada uno es tentado cuando se deja llevar y seducir por sus propios malos deseos” (Sant. 1:14, RVC). El evangelio nos ofrece la promesa no solo del perdón por el pecado, sino también de la victoria sobre él. (Ver 1 Cor. 10:13.) En definitiva, Caín no tenía a nadie a quien culpar por su pecado, sino a sí mismo. Generalmente, ¿no es así con todos nosotros también?

■ ¿Qué nos enseña esa lamentable historia sobre el libre albedrío y que Dios no nos obligará a obedecer?

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