"Proclamando al Cristo resucitado" Lunes 06 julio | Escuela Sabática

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Era temprano el domingo por la mañana, y las dos Marías se dirigían rápidamente a la tumba de Cristo. No iban a pedirle nada. ¿Qué podría darles un hombre muerto? La última vez que lo habían visto, su cuerpo estaba ensangrentado, magullado y quebrado. Las escenas de la Cruz es-taban profundamente grabadas en sus mentes. Ahora, simplemente es-taban cumpliendo con su deber. Con tristeza, se dirigieron a la tumba para embalsamar su cuerpo. Las tenebrosas sombras del desaliento envolvían su vida en la oscuridad de la desesperación. El futuro era incierto y ofrecía pocas esperanzas.
Cuando llegaron a la tumba, se sorprendieron al encontrarla vacía. Mateo registra los eventos de esa mañana de resurrección con estas palabras: “Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor” (Mat. 28:5, 6).
Las mujeres ahora estaban llenas de alegría. Sus nubes oscuras de tris-teza se desvanecieron con la luz del sol del amanecer de la resurrección. Su noche de tristeza había terminado. La alegría inundó sus rostros, y las canciones de regocijo reemplazaron sus lágrimas de lamento.

Lee Marcos 16:1 al 11. ¿Cuál fue la respuesta de María cuando descubrió que Cristo había resucitado de entre los muertos?



Después de que María se encontró con el Cristo resucitado, corrió a contar la historia. Las buenas noticias son para compartir, y ella no podía guardar silencio. ¡Cristo estaba vivo! Su tumba estaba vacía, y el mundo debía saberlo. Después de encontrarnos con el Cristo resucitado en la ca-rretera de la vida, nosotros también debemos correr para contar la historia, porque las buenas noticias son para compartir.
Qué fascinante es, también, que a pesar de todas las veces que Jesús les había dicho lo que sucedería, que sería muerto y luego resucitado, los discípulos, aquellos que Jesús escogió específicamente, se negaron a creer el testimonio de María. “Ellos, cuando oyeron que vivía, y que había sido visto por ella, no lo creyeron” (Mar. 16:11). Por lo tanto, si incluso los propios discípulos de Jesús no creyeron de inmediato, tampoco deberíamos sor-prendernos si los demás tampoco aceptan nuestras palabras de inmediato.

■ ¿Cuándo fue la última vez que fuiste rechazado al dar testimonio? ¿Cómo respon-diste y qué has aprendido de esa experiencia?



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